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— 124 se, y no podía, quería indignarse y no sabía contra quien, si,contra sí misma, contra José 6 contra el autor de la carta que tanto le había impresionado, Reclinó su fatigada cabeza sobre el almohadón de su lecho, y experimentó en su interior una lucha horri- ble en la cual no pronunció más palabras que estas: Dios mío, ¿qué hago? ¿qué hago?... y lo que hizo fué levantarse de prisa y guardar la carta en su baul, porque sintió pasos en la sala inmediata y temió que fuera su padre que venía á rompérsela. Y en efecto, si Agustín lee aqnella carta, la hace mil pedazos; y no digo yo la carta, el hábito del primer fraile del Loreto que se le hubiera puesto delante lo hace él pedazos, y gracias que se hubiera contentado con eso. De seguida avisaron á Inés que su amiga Con- cepción la esperaba; un poco más tarde se reunió la tertulia, y ella conversaba á solas con el condesito», muy alegre y satisfecha, como si tal cosa hubiera pasado. ¿Has visto tú, qne esto lees, á una persona caída en un barranco, haciendo desesperados esfuer- zos por salir de él? ¿Has visto cómo se agarra de la primera mata que halla á mano y comienza poco á poco á subir? ¿Y has visto cuando la planta se arran- ca 6 él la suelta, cómo el infeliz cae rodando y se hunde más en aquél precipicio? Pues eso mismo le pasó á Inés. Para eso le sirvió el auxilio que Dios le proporcionó, mediante aquel buen religioso del Loreto, que fué el primer director de su conciencia, Pero dejémonos de reflexiones y sigamos nues- tra historia
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