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— 106— parecía á ella ver que las gentes se divertían con la Pasión sacratísima de Cristo, que verlas retiradas en sus casas, Ó divirtiéndose con otras cosas menos ve. nerandas; pero un relámpago de luz cruzó por su mente, iluminando un instante aquellas tinieblas, y entonces vió que era mucho peor reirse y divertirse con.los objetos sagrados que retraerse de ellos por miramiento, respeto Ó indiferencia... ¡Ni por esas! Inés no desistió. | El segundo tropezón no fué más pequeño. Con el mismo objeto que dejoindicado, dióse una velada mu- sical y literaria en el teatro Real, donde había de ha- blar, invitado por las señoras del círculo piudoso un orador célebre, recién llegado por aquellos días á la capital de Andalucía. Era Castelar, apóstol de la de mocracia, testaferro de la república, político funes- to, fabricante de heréticos discursos, propalador de ridículas patrañas, traficante de verdades y charlador sempiterno. Este lorito que charlaba mucho sin saber def! lo que decía, dedicó sendos párrafos de su discurso á elogiar la abnegación de las damas sevillanas, que inspirándose en el espíritu democrático del Evangelio, deponían su altivez de raza para tender una mano be” néfica al pobre desharapado y hambriento. Luego habló de la influencia de la mujer en la sociedad y q | del bien que podían hacer en el mundo, apoyadas por el hombre. «Porque—decía él —¿qué será de esa ln sel | Bella flor que llamamos mujer, si no la sostiene y le Ad dá vida el robusto tallo? ¿Qué será de esa vid fecun- ¿O da, si no está enlazada al olmo para que la sostenga y le ayude á tener suspensos en el aire sus apiñados
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