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EM E, á cerrar la puerta á todo otro cuidado, y le pusieras en las manos de tu Esposo celestial Cristo Jesus! Aquí se enjuga- rian tus lágrimas: aquí cesarian las que- jas que tienes contra tas semejantes: aqui se acabarian todas tus tristezas, enojos y trabajos, y hallarias paz inte- rior, alegria del corazon, y un paraiso de delicias en la tierra. ¡Oh, con cuánta razon te lo aconseja el Rey David cuando te dice: conviértete alma á tu mismo descanso! Muchas molestias padeces por andar derramada en las cosas exterio- res, y no hallas el destanso que apete- ces, porque no le buscas en donde está. Amas los bienes temporales, perecede- ros y transitorios, y no amas el bien eterno, estable, permanente é infinito. Buscas ésta, aquella y la otra dulzura, y no encuentras más que 'amárguras y desabrimientos; busca la dulzára en su principio, y la halláarás' suavisima y de-

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