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84 DEL TESTAMENTO — rituales, en suma: que caminasen á la perfección por la misma senda que él anduvo y por el ejer- cicio de las mismas virtudes que él señaladamente practicó. Ahora bien: sabido es de todos, que la virtud característica de nuestro Padre San Francisco, la que él amaba con mayor ternura y con un entu- siasmo rayano en apasionamiento, era la pobreza, Esta virtud fué, permítaseme la frase, su pasión dominante; sin la pobreza parecía estar fuera de su elemento y que ni podía vivir ni sosegar. La buscaba con más ahínco y solicitud que el avaro busca las riquezas, la guardaba como el tesoro más preciado y la procuraba en todas las cosas; y si acaso se encontraba con alguno que aparentaba mayor pobreza que la suya, lloraba de santa envi- dia y, en más de una ocasión, hasta llegó á trocar sus propios vestidos con los del pordiosero, por parecerle más pobres y despreciables que los suyos. A esta pobreza evangélica llamaba él su dama y la señora de sus pensamientos, y no paró hasta conseguir que Dios le desposase mística- mente con ella. No parece sino que Dios envió al mundo á San Francisco para volver por los fueros de la pobreza, para rehabilitarla en el concepto de los hombres, para cantar sus excelencias, pregonar sus merecimientos y suscitar en la Iglesia verda- deros profesores de esta evangélica virtud. Teniendo esto en cuenta, ¿á quién extrañará que las Órdenes Franciscanas tengan á la pobreza por divisa, y que sea ella como el ideal peculiar de

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