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e AO a ci _ a Ba A SIE 2 a Ps > 66 DEL REZO DE LOS TERCIARIOS que navegan por el proceloso mar del mundo. Todo esto se refleja claramente en esa pequeña Regla que San Francisco escribió, á manera de manual de costumbres, para que sirviera de norma de con- ducta á los soldados de la milicia Seráfica que lan- zaba á la arena del siglo á luchar denodadamente con el monstruo de la relajación, que tantos y tan funestos estragos causaba en la Iglesia y en la so- ciedad. Por eso es dado admirar, en cada uno de los estatutos de la mencionada Regla, otros tantos preciosos y saludables documentos encaminados, unos á preservar á los terciarios del contagio del mal, otros á confirmarlos en el bien, y todos á or- denar su vida según el verdadero espíritu cristiano. La pureza é integridad de la fe, la obediencia ab- soluta al Romano Pontífice, como á oráculo infa- lible del dogma católico, la caridad y concordia en las relaciones sociales, la modestia en el vestir, y la moderación y templanza en las comodidades y placeres, la piedad en las costumbres, la fre- cuencia de Sacramentos; estas y otras muchas cosas que prescribe la Regla de los terciarios, son datos bien elocuentes que confirman nuestras ase- veraciones. A mayor abundamiento, la Regla, además de todo esto, determina fijamente el modo con que los terciarios han de pagar á Dios las divinas ala- banzas, considerándolos en esto como una corpo- ración religiosa extendida por toda la haz de la tierra que, en nombre de la Iglesia Católica, ha cito O

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