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52 LA COMUNIÓN nutre y las celestiales influencias que constante- mente la vivifican. Reparad en la vida de todas esas sectas disi- dentes que aún se apellidan cristianas, en esas ramas que el maléfico genio de la herejía separó del frondoso árbol del Catolicismo. ¡Que perspec- tiva tan triste ofrece á las miradas del observador! Semejantes á los abrasados arenales del desierto donde no se descubre la vegetación por ninguna parte, esas sociedades privadas del soberano in- flujo de Jesucristo vense condenadas, en el orden moral, á una vergonzosa esterilidad. Al estudiar á la luz de la historia los mezquinos resultados de su apostolado, al considerar sus escasos frutos de moralidad y los menguados provechos de su ac: ción en los pueblos, nos parecen, más bien que organismos religiosos que se mueven con vida propia, cadáveres que son llevados de una á otra parte por la influencia política y sostenidos sobre el pedestal que les ha levantado el oro de algunas naciones. No busquéis en ellas señales de verda- dera vida cristiana, ni flores de virtudes evangéli- cas, ni órdenes monásticas, ni instituciones bené- ficas ni cosa alguna de las que tanto abundan en la Iglesia Católica, porque nada de esto hallaréis, Al contrario del Catolicismo, esas sociedades no tienen ni pueden tener vida moral y religiosa. ¿Y cuál es la causa de esto? Pues entre otras, porque carecen del elemento más indispensable de la vida cristiana, la Divina Eucaristía; porque esas sectas no pueden dar á sus hijos el Pan de los

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