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18 TEMPLANZA Y DEVOCIÓN EN LA MESA cisco, creo innecesario combatir semejante impío lenguaje. Vosotros sabéis que el dar gracias á Dios después de la comida jamás será una antigualla, sino antes bien, una cosa muy cristiana y muy con- forme á la razón, pues yo no sé que haya cosa más natural y puesta en razón que, después de haber comido, agradecérselo al que nos ha dado con qué. ¿Cómo puede, pues, llamarse antigualla á lo que es un deber de todos los días? ¿Acaso no recibimos también nosotros de Dios el pan de cada día, como lo recibieron nuestros antepasa- dos? Y si ellos, por deber natural, estaban obliga- dos á dar gracias á Dios por el cotidiano alimento, ¿no lo estamos nosotros igualmente? Luego no puede ser jamás una antigualla lo que es una obli- gación perentoria de cada día. Al fin sólo los irra- cionales, incapaces de conocer la grandeza del beneficio que Dios nos dispensa, proporcionándo- nos el sustento necesario, pueden tener excusa de mostrarle su agradecimiento. Para que se vea á quienes se asemejan los que tienen por costumbre levantarse de la mesa sin dirigir á Dios un afecto de gratitud. No es, por lo tanto, una menudencia despre- ciable, como alguno pudiera creer, la prescripción de dar gracias á Dios después de la comida, im- puesta por la Regla de la O. T.; será, si se quie- re, una menudencia, pero una menudencia de esas cuyo conjunto forma la fisonomía de un católico de verdad, de un católico práctico y fervoroso; una de esas menudencias que distinguen al buen
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