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214 EXEQUIAS Y SUFRAGIOS voy á exponer á vuestra consideración en estos momentos. Sabido es, hermanos míos, que la vida del hombre sobre la tierra no es más que un viaje de corta duración; «que el hombre nace como una flor y luego es cortado y se marchita, que su vida desaparece como una sombra, y que Dios tiene contados los días de su existencia;» (1) que «no tenemos acá ciudad fija, sino que vamos en busca de la que está por venir» (2). De lo cual se deduce, que el hombre no tanto ha de afanarse por estas cosas perecederas de la tierra, que con la vida se acaban y se nos arrebatan, cuanto por aquellas otras, que son eternas y de las que nadie nos podrá privar. A esto nos exhorta Jesucristo con estas palabras (3): «No queráis amontonar teso- ros para vosotros en la tierra, donde el orín y la polilla los consumen, y donde los ladrones los desentierran y roban. Atesorad, más bien, teso- ros en el cielo, donde no hay orín ni polilla que los consuma, ni ladrones que los roben.» Lo que más debe preocupar al cristiano es su eterno porvenir, lo que atañe á la vida futura, que ha de seguirse á esta caduca y terrenal que tenemos aquí y que tan presto se ha de acabar. Pues bien, amados hermanos: la O. T., á fuer de madre solícita y cariñosa, no sólo se interesa por sus hijos durante su vida mortal, no sólo cuida (1) Job, XIV. (2) Hebr., XIII, 14. (3) Matth., VI, 19,
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