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190 DEL SACRIFICIO DE LA MISA a adorarle con el más profundo acatamiento, amarle con todo nuestro corazón y servirle con la mayor fidelidad posible á nuestra flaqueza. Pues bien: ja Misa es el acto supremo de adoración que á Dios puede tributarse, es un Sacrificio que sólo á Éj puede ofrecerse y por medio del cual se le rinde todo el honor que le es debido; de suerte, que ni Dios puede exigir más, ni nosotros podemos ofre- cerle cosa más digna de su grandeza, toda vez que en la Misa le ofrecemos una víctima de infi- nita dignidad é infinitos merecimientos. El agradecimiento y la acción de gracias por la multitud incalculable de beneficios que conti: nuamente recibimos, es otra de nuestras grandes obligaciones para con Dios. No pocas veces al considerar, por una parte, el cúmulo de tantas finezas, y ver, por otra, nuestra extremada po- breza y absoluta incapacidad para corresponder debidamente á ellas, nos hallamos como anonada- dos bajo el peso de la inmensa deuda de gratitud que carga sobre nosotros, viéndonos precisados á exclamar con el Profeta: «¿Cómo corresponderé al Señor por tantos bienes como he recibido de su mano?» (1). También la Misa viene en este caso á suplir nuestra indigencia, poniendo en nuestras manos un don soberano por medio del cual pode- mos ofrecer á Dios un condigno retorno por todos los beneficios que nos ha dispensado. La Misa es, en efecto, un sacrificio pacífico, es el cáliz de (1) Ps., CXV, 3.
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