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CONFERENCIA VIGÉSIMA OCTAVA 187 A Consejo es éste, amados terciarios, que debéis tener muy en cuenta, y esforzaros en reducirlo á la práctica si verdaderamente estimáis, como es debido, la piedad y deseáis enriqueceros con abun- dantes méritos y gracias sobrenaturales. La asistencia diaria á la Misa es una saludable costumbre que tiene sus raíces en los primeros siglos del Cristianismo, data de aquella época en que la Iglesia se hallaba aún enterrada como pre- cioso germen en los subterráneos de la Roma pagana, esperando la hora de salir á flor de tierra para convertirse en árbol frondoso que cobijara á la sombra de sus ramas á todos los pueblos y naciones del mundo. Nuestros padres en la fe se congregaban al amanecer de cada día en las cata- cumbas, para asistir al Santo Sacrificio de la Misa; allí, en presencia de la inmolación mística de Jesucristo, templaban ellos sus corazones, y sobre el ara santa donde veían renovarse de un modo incruento el Sacrificio del Calvario, ofre- cían á Dios los afectos de sus almas y se dispo- nían denodadamente para el martirio. Semejante piadosísima y fructuosa costumbre fué cayendo en desuso á medida que la fe se iba amortiguando y perdiendo su vigor entre los cristianos; pocos son hoy relativamente los que oyen Misa todos los días, y muchos, por desgra- cia, los que aun los domingos dejan de oirla, faltando gravemente á sus deberes de católicos. Por Jo cual sobrados motivos tenemos para repe- tir aquella tristísima lamentación de Jeremías:

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