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CONFERENCIA VIGÉSIMA OCTAVA 185 propiedades que el Sacrificio sangriento que Jesu- cristo consumió sobre el ara de la Cruz. Bien claramente se deduce, de todo lo dicho, que nada puede haber que aventaje en dignidad y excelencia al Santo Sacrificio de la Misa; que sólo la Misa es ofrenda digna de la grandeza y majestad del Creador, y finalmente, que en su comparación parecen cosas verdaderamente despreciables todos los antiguos sacrificios, toda la sangre de las víctimas, y el suave perfume de los holocaustos. Porque todas estas cosas, y otras aun más precio- sas y estimables, sólo podían tributar á Dios hono- res mezquinos, honores finitos, mientras que el honor que recibe del Sacrificio de nuestros altares es infinito, en cuanto lo presta una persona divina (1). De aquí los magníficos encomios y las justas alabanzas que á la Misa han tributado los Padres y Doctores del Catolicismo, conviniendo todos en decir, que la Misa es un conjunto de divinas mara- villas, la suma de todos los misterios, la cifra y compendio de los mayores milagros, la obra más agradable á Dios y la que más abundantes prove- chos reporta á los hombres. «La Misa—dice San Odón, abad de Cluny— es la obra á la que va unida la salvación del mundo.» «La tierra—añade Timoteo de Jerusalén —debe su conservación á la Misa; sin ella habría sido ya destruida á causa de los pecados de los (1) Concil. Trident., sess. XXIL

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