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mk bl CONFERENCIA QUINTA dulfo de Amburgo, Carlos IV y su consorte la emperatriz Isabel. Monarcas tan afamados como D. Fernando y D.*? Isabel, que acabaron gloriosa- mente con los restos del poderío musulmán en nuestra patria; D. Jaime l de Aragón, conquista- dor del reino de Valencia; Carlos V, Felipe Il y Felipe Il, que dió el raro ejemplo de vestir el hábito de la O. T. y hacer su profesión en manos del ministro general de la religión Franciscana en presencia de los grandes de su corte. Á vuestra vista pasará una multitud de prelados insignes, cardenales, arzobispos y obispos que tuvieron á gloria el militar bajo las banderas del Pobrecillo de Asís; y, en fin, si registráis los fastos de la O. T., os será dado conocer un cúmulo de gran- dezas tan extraordinarias, que os causará pasmo y admiración. Mas tal vez pensaréis que esto aconteció en los tiempos antiguos, y que en los nuestros no puede gloriarse la O. T. de contar entre sus hijos á ninguno de esos personajes ilustres que le die- ron fama y esplendor en lo pasado; pero no es así, porque si bien hay que lamentar, por desgra- cia, la disminución de la fe y de la piedad en los grandes, con todo, no faltan honrosas excepcio- nes, no escasean esas almas privilegiadas que han sabido hermanar el esplendor de la púrpura con la humildad del hábito Franciscano, sirvién- dose de él como de un valladar infranqueable para precaverse de los peligros del propio estado y de las influencias malsanas de la época.

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