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CONFERENCIA PRIMERA 15 el hogar doméstico en un santuario, en el que Dios recibiera el culto más fervoroso. En el fondo no fué esto ninguna innovación, porque San Francisco no ofreció al mundo ningún ideal de santidad desconocido hasta entonces. A la verdad: amar á Dios y servirle no es por cierto ninguna perfección extraordinaria, sino sencilla- mente cumplir un deber de toda criatura racional; aspirar á la santidad tampoco es cosa ajena del cristiano, cualquiera que sea su condición social, pues á todos van dirigidas aquellas palabras de Jesucristo: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (1). Y de hecho vemos que en los primeros siglos de la Iglesia los cristianos practicaban comúnmente la perfección evangélica, depositando sus bienes á los pies de los Apóstoles y haciendo una vida uniforme, que tenía por nor- ma las máximas del Evangelio. Más tarde quedó esto para las almas que, ansiosas de perfección, se retiraron del mundo á la soledad del claustro ó del desierto, mientras que los demás cristianos se contentaban con llevar una vida que, sin dejar de ser cristiana, distaba mucho de ajustarse á la austeridad y pureza del primitivo fervor. Pero con todo, hoy como ayer, á nadie le está vedado as- pirar á la práctica de los consejos evangélicos, es decir, ejercitar la pobreza, la castidad y la obe- diencia, antes bien, hacer esto es realizar el acto más legítimo y meritorio de la vida cristiana. (1) Matth., v, 48.

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