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CONFERENCIA DÉCIMASÉTIMA 281 ordinariamente se respira atmósfera de irreligión y libertinaje. En fin, es necesario que el terciario se muestre prácticamente cristiano, fervoroso en sus diversiones, ejerciendo por este medio un sa- ludable apostolado entre sus prójimos y contra- rrestando, en lo que está de su parte, los perni- ciosos efectos que causan en las costumbres esa multitud de locas diversiones que como plaga fu- nestísima padece nuestra sociedad. Cada congre- gación de terciarios debe ser, en sus respectivos pueblos, un muro de defensa de las buenas cos- tumbres donde se estrellen las olas de la corrup- ción; cada terciario ha de ser un paladín esforzado de la moral católica, un soldado de Cristo que mantenga siempre y en todas las ocasiones en- hiesta la bandera de las sanas costumbres. Termino, amados terciarios, repitiendo las pa- labras del Apóstol que me han servido de tema para esta conferencia: «No queráis amar el mundo ni las cosas mundanas.» El mundo para los mun- danos, la piedad para los piadosos. Y puesto que entre éstos tenéis la dicha de contaros, huid de las diversiones licenciosas, y buscad las suaves deli- cias de la piedad, las dulces alegrías cristianas, los placeres del alma, las nobles satisfacciones del espíritu, que son los únicos capaces de con- tentar al pobre corazón humano. Si así lo hacéis, si en este mundo por amor de Dios os priváis de los reprobados pasatiempos del siglo, mereceréis que Dios os conceda la dicha y felicidad perdura- ble de la gloria. —Amén.

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