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de 250 DE LA MODERACIÓN > los Padres de la Iglesia, alter Christus, como otro Cristo, debiendo ser su vida como un reflejo de la vida de Jesucristo, claro es que como Él ha de aborrecer el mundo y ser su enemigo irreconcilia. ble y abominar sus pompas y mentidas felicidades; claro es que todo cristiano ha de aspirar á poder decir con toda verdad lo que Jesucristo: «Yo no soy del mundo,» ó como el Apóstol: «Estoy muerto al mundo.» Mas si todo cristiano, en fuerza de su misma vocación, ha de mostrarse en todas sus cosas mar- cadamente distanciado del mundo, al que Cristo mostró tanto aborrecimiento, salta á la vista con cuánto mayor motivo estará obligado á esto mis- mo el que ha hecho profesión de vida más perfec- tamente cristiana. Ahora bien: que el terciario de San Francisco se halla en este caso, no admite la menor duda, porque su profesión en la O. T. es una especie de consagración á Dios, en la que se obligó voluntariamente á vivir con más perfec- ción y de un modo más ajustado á las máximas del Evangelio; pues de lo contrario la mencionada profesión carecería de objeto, no tendría razón de ser. Y así el terciario, más que los otros cristia- nos, debe abstenerse de todo lo que sabe á las profanidades del mundo, del lujo excesivo, de las diversiones escandalosas y de todo aquello que desdice de la humildad y modestia, y que en ma- nera alguna puede avenirse con la santa austeridad de la vida cristiana. La Regla de la V. O. T., con sus prudentes

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