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178 DE LA CONCORDIA a, interior del alma, sin la entera sujeción de los apetitos á la ley de Dios y á las enseñanzas del Evangelio, nadie presuma atesorar paz en su cora- zón ni menos ser instrumento de unión y concor- dia entre los demás, porque se lo estorbarán sus desordenadas pasiones, que se exaltan y se irri- tan tan luego se sienten heridas y menoscabadas en lo que ellas consideran sus intereses. Sobre esta base firmísima de la mortificación de los viciosos apetitos ha de levantarse el her- moso edificio de la concordia, ha de establecerse el reinado de la unión cristiana, el imperio de la paz; cualquiera otro fundamento flaquearía, no ofrecería seguridad, no prestaría ni consistencia ni duración. Querer la unión de los hombres man- teniendo cada cual sus ambiciones exageradas, sus soberbiosas pretensiones y sus egoísmos desenfrenados, es intentar un imposible, es como pretender que el fuego no levante llama arrojando en él materias combustibles. Las pasiones son fuego devorador que tienden á destruir todo aquello que les impide alcanzar sus locas pretensiones, son enemigas irreconciliables de todo lo que se opone á sus desatentados de- signios, miran, en fin, á llevar todas las cosas á sí, á convertirlas en su propio provecho, á hacer- las servir únicamente para sus intereses particu- lares. Por tanto, donde ellas ejercen su despótico imperio, donde quiera campan por su respeto, donde sin freno se desarrollan, allí son inevita- bles las luchas, los choques, los altercados, las

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