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170 DE LA CONCORDIA regaladísimas palabras: «Todos vosotros sois her- manos, porque uno es vuestro Padre que está en el cielo (1). ¡Oh Padre Santo! Guarda en tu nom- bre á éstos que tú me has dado, á fin de que sean una misma cosa (por caridad), así como nosotros lo somos (en la naturaleza)» (2). Por desgracia estos bondadosos designios y levantados propósitos de Cristo nuestro bien, la unión por Él tan deseada, la fraternal concordia que acariciaba establecer entre todos los hombres, y que realizada hubiera trocado ventajosamente su situación y secado, en parte, el manantial de las desdichas humanas, todo eso que habría sido para la humanidad fuente perenne de bienandan- za, ha quedado incumplido por culpa de los hom- bres. Las malas pasiones del humano corazón, la soberbia, la ambición, el egoismo, con todo el repugnante cortejo de vicios que las acompañan, han estorbado la pacificación, la concordia de inteligencias y de voluntades porque suspiraba Jesucristo y, en vez de esto, han surgido en todas partes y en todas las épocas, las disen- siones, las luchas intestinas destructoras de toda paz, los cismas, las herejías, causadoras de todas las perturbaciones sociales. La misión de Jesucristo, la celestial doctrina que Él arrojó en la tierra para establecer el reina- do de la concordia entre todos los hombres, no ha sido sin embargo totalmente estéril é infruc- (D Matth., XXI, 8. (2) Joann., XVII, 11.
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