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136 DE LAS BUENAS COSTUMBRES que un cuerpo sin espíritu es muerto, así la fe sin las obras está también muerta.» (1) La fe, carísimos terciarios, es un don regala- dísimo de Dios, una dádiva misericordiosa que Él graciosamente nos otorga para que con ella po- damos hacer lo que sin ella nos sería de todo punto imposible, es á saber: obras sobrenaturales meritorias de vida eterna. La fe católica, de con- siguiente, al descubrirnos los divinos atributos del Creador, al revelarnos los eternos principios de la justicia, se propone señaladamente morali- zar al hombre, inclinarlo á la virtud, elevarlo á la unión con Dios mediante la práctica de las buenas obras, especialmente de la caridad. Pudiéramos decir que las verdades religiosas son como gér- menes de moralidad que Dios deposita en la tierra de nuestra alma con el fin de que nazcan, en tiempo oportuno, robustos tallos destinados á convertirse en frondosos árboles de perfección, abundantes en frutos de vida eterna. Profesar, pues, el dogma católico, creer cuanto la Iglesia enseña, es echar el sólido fundamento, poner la piedra angular del edificio de la justifica- ción; pero es preciso, además de esto, levantar las paredes, cubrir y perfeccionar esta importantísi- ma obra, lo cual se realiza juntando á la profesión de la fe, la vida honesta, las santas costumbres. Muy acertado anduvo, por lo tanto, el pru- dente legislador de la V. O. T., al disponer, por (1) Jacob., 11, 20, 24, 26.

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