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78 travesia que fué penosisima, dos veces estuvo en peligro inminente de perecer la navegacién, pero las oraciones del santo misionero deshicieron la tempestad. En la segunda vez, habiendo perdido la nave la orientacién y estando en alta mar expuesta 4 mil peligros, nuestro Santo con un pedazo de nan duro que llevaba alimenté, convirtién- dolo en sabroso y blando, 4 todos sus compafieros de_ infortunio durante un mes, hasta que arribaron a las costas de Tracia, cerca de Constantinopla. Al llegar a esta capital, como desconocia el idioma y el terreno, se le aparecié un nifio enteramente parecido a un sobrinito suyo ya difunto, que conduciéndole al convento desaparecid. Su celo le llevé de pronto 4 la carcel donde gemian tantos infelices cristianos, victimas de los malos tratos de sus opresores, y lleno de caridad y movido de compasién los visitaba diariamente, les administraba los Sacramentos y los animaba con fervorosas platicas. En donde veia una necesidad espiritual, alli volaba el P. José y asi era que las escuelas, las mezquitas, y las calles eran teatro apropiado del celo de nuestro Santo, Cudnto tuvo que padecer de aquellos infieles, dificil es ponderarlo. Ultrajes, persecuciones, insultos, y malos tratos eran la cosecha que de ordinario recogia su fervor de aquellos ene- migos declarados de la religién cristiana; pero nada era capaz de desanimar al nuevo Apostol. Llevado de su fé y de su deseo de hacer bien, se atrevid un dia 4 penetrar en el Palacio del Sultan, para predicarle las verdades de nuestra f€, pero hecho prisionero por los guardias fué condenado, si no abjuraba de la fé cristiana, 4 morir suspendido en el aire por. medio de unos garfios clavados en la mano izquierda y pié derecho, No es facil ponderar los sufrimientos que padecio el valiente atleta de Cristo con aquella tortura tan cruel é inhumana. Gozoso por morir por Jesucristo, durante los tres dias que estuvo asi medio crucificado, no cesaba el Santo Capuchino de alabar al Sefior con- fesdndole desde aquella nueva catedra, pero el angel del Sefor le descolg6 de aquel suplicio, le curd las llagas y dandole sabroso man jar le ordend en nombre de Dios que regresase 4 Italia, donde le esperaban nuevos triunfos a su ardiente caridad. Obediente a la voz del Sefior, busca un renegado a quien volvid 4 buen camino, se embarca con él, llegan 4 Venecia y desde alli se dirige 4 Roma para dar cuenta al Sumo Pontifice del resultado de su apostolado. Estando de nuevo en su propio pais se dedico a la predicacién con un ardor infatigable, haciendo en todas partes portentosas con- versiones. Cuando predicaba los sermones cuaresmales era tal el fer-
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