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50 asi no me mojaré mas que los piés. Fui sin embargo algo mas lejos i. 4 ver si podria pasar sin descalzarme: no pude lograrlo. Sin cuidarse de mi, mi hermana y Juana se marchaban: Juana no queria que Antofiita me aguardase; deciale: «Vamonos; que haga como nosotras; al fin y al cabo no recoge casi nada.» Volvi, pues, frente 4 la gruta para descalzarme. No bien empezaba a quitarme una media, cuando oi un rumor como de viento cuando hay tempestad; volvime del lado de la pradera y vi los arboles absolutamente inmoéviles. Habia entrevisto, sin parar en ello, alguna agitacién de ramas por la parte de la gruta. Con- tinué descalzdndome, y ya metia un pié en el agua, cuando of el mismo ruido delante de mi. Levanté los ojos y vi un m utoén de ramas y malezas que iban y venian agitadas, debajo de la abertura mas alta de la gruta, mientras que alrededor nada se movia. Detras de aquellas ramas, en la abertura, vi luego de pronto 4 una joven blanca, no mayor que yo, la cual me salud6é con una ligera inclinacién de cabeza: al mismo tiempo separé un poco del cuerpo los brazos extendidos, abriendo las manos, como las Virge- nes, De su brazo derecho pendia un rosario. Tuve miedo; retrocedi; quise llamar a las dos pequefias: no tuve aliento para ello. Me restregué muchas veces los ojos: creia engafiarm®. Volviendo a levantar los ojos, vi 4 la joven que me sonrefa con mucha gracia y parecia invitarme 4 que me acercase; pero yo tenia miedo to- davia. Este miedo, sin embargo, no era como el que he sentido otras ee veces, pues me habria quedado siempre alli para mirar aquello, siendo asi que, cuando uno tiene miedo, echa 4 correr. Entonces se me ofrecié a la idea rezar; meti la mano en el bolsillo, saqué cl rosario, que suelo traer siempre conmigo, me arrodillé, y quise hacer la sefial de la cruz; pero no pude llevar la mano 4 la frente: se me cay6. La joven, entretanto, se ladedé y volvio hacia m{, teniendo ahora el gran rosario en la mano. Se santigué como para rezar. Mi mano temblaba; intenté de nuevo hacer la sefial de Ja cruz, y pude ha- cerla; después de lo cual ya no tuve miedo. Recé el rosario. La joven recorria las cuentas del suyo, pero no movia los labios. Mientras rezaba el rosario, la miraba yo cuanto podia. Llevaba una ttinica blanca que le llegaba hasta los piés, de los cuales sélo las puntas se veian; la tunica estaba cerrada muy arriba, al rededor del cuello, por una jareta, de que pendia un cordén blanco. Un velo blanco que le cubria la cabeza, caiale por las espaldas y los brazos casi hasta el borde de la tunica. Sobre-cada pié vi una rosa angen meen ine ns eneieieeee wee SOS oe RT ee TST Sy we = eT eee ~pepe Sect nent
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