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A la Virgen de Lourdes DE LA CAPILLA DE LOS CAPUCHINOS DE MANILA. “ NTRE el fulgor de los cirios llameantes y las pubes perfu- madas del incienso, rodeada de fragantes ramilletes for- mados por las mas gayas flores que esmaltan los pensiles ———-— luzdnicos, saludada por nuestrcs labios, destacase en su humilde altar de la modesta capilla, la hermosisima efigie de la vision que ‘columbraron los ojos de la extdtica Bernardita. Bella, como el primer ensuefio de la juventud; ideal, como una | aparicién celeste; risuefia y atractiva como lo es la felicidad al co- razon humano, asi Maria se muestra en su bendita imagen, que si roba las miradas de sus devotos, encadena nuestras almas con su inefable belleza, con su encanto irresistible. Feliz inspiracién la que did vida al lefio inanimado, trocandolo en bellisimo trasunto de aquella hermosura incomparable, que los angeles no se sacian de contemplar y que hirid de amor el cora- zon de un Dios. Blanca como la espuma de los mares, como el ampo de la nieve, como las flores del naranjo, aquella figura encantadora no se mues- tra asentada sobre la roca que-la sirve de escabel; antes bien, sus piés bellisimos en que tantos besos deposité la fe sencilla del pue- blo, aquellos piés sobre los cuales florecen dureas rosas, parecen moverse atin, cual si la Madre del consuelo no reposase satisfecha en su tarea de endulzar las penas de la misera humanidad. sec erie Sse teint cenit eT see
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