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46 del cielo, para tomar posesion de nuestros corazones, y el esmero con que los ha adornado de su gracia, ganada á costa de su preciosa vida. ¡Ah, con qué cariño y sua- vidad llama á la puerta de nuestros corazones para ex- citar nuestra voluntad á que le amemos! Abreme, dice á cada una de las almas, ábreme, hermana iia, pues al tomar la naturaleza humana me hice hermano tuyo: ábreme, amiga mia, pues por reconciliarte con mi Padre, di mi vida en la cruz: ábreme, paloma mia, ya que yo te he infundido mi espíritu: ábreme, mi sin mancilla, pues con mi sangre te he hecho mas blanca que la nieve 1, Pero nosotros no nos apresuramos á dar entrada al que por amor nuestro, siendo la luz indeficiente, quiso pasar por las tinieblas de nuestra miseria: y por mas que él nos haga presente lo mucho que padeció por ver cum- plida nuestra felicidad, preferimos las comodidades de los bienes terrenos, y por poner en ellos nuestro ahinco. Jesus pasa de largo, porque no es posible que Dios y el mundo estén juntos. O Jesus entra en nuestros corazo- nes, y huye de ellos la vanidad del mundo corrompido, ó este los ocupa con su soberbia y sensualidad, y se aleja Dios de nosotros. Prometamos al Señor corresponder sin tardanza á sus inspiraciones, pues de ello depende nuestra eterna vida, en la cual tendremos un gOzo espe- cial, al contemplar cuánto hizo el Señor para santificar el Corazon purísimo de María. MAXIMAS. Tiene el amor la propiedad de manifestarse por dá- divas; y suelen ser estas tan activas, que aun se dice que ablandan las peñas. Dios nos ha amado tanto, que A l Cant. Cant., cap. 5, v. 2.

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