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ñor queda complacido con que le demos nuestros cora- zones sin reserva. Hagámoslo así á imitacion de la Ma- dre del Amor Hermoso, y acudamos á su corazon para hallar la gracia, sin la-cual ni podemos empezar, ni continuar ninguna obra buena, ni perseverar en el bien. MÁXIMAS. Dios amó tanto al mundo que le dió ú su Unigénito, para que todo aquel que crea en él, no perezca, sino que tenga la vida eterna *. Luego, para salvarse, no basta que Dios haya enviado á su Hijo, sino que es preciso que se crea en él, y se cumplan sus preceptos. El que no cree en Jesucristo, él mismo se reprueba para siempre. AFECTOS. O Madre amorosa. ¿Qué corazon habrá, que no se rinda á la generosidad con que tu Hijo se ha dado á cada uno de los hombres, para que se laven en su sangre de las manchas del pecado, y sean hijos de Dios adoptivos, y herederos de su gloria? Tu Corazon no supo estar ocioso un instante en amar á Dios, pues la primera chispa de fuego celestial que le tocó, produjo en él un volcan de caridad: y por lo mismo fuiste desde aquel punto el Corazon lleno de gracia, bendito entre todos los corazones, objeto de complacencia del Padre, delicia del Hijo, y morada predilecta del Espíritu Santo. ¡Ah! Yo me consuelo con saber, que tambien fue desde entonces asiento de la misericordia, fuente de la gracia, y ma- nantial del amor santo: y por lo mismo, te pido que in- os 1 Joan. cap. 8, v. 16.
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