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21 el Gorazon de María, para que lo amara: y María, ape- nas conoció al Señor en el primer instante de su sér na- tural, empezó á amarlo, y continuó con tanta intensi- dad, que, si por un solo instante lo hubiera dejado de amar, se hubiera aniquilado á fuerza de dolor. Pero pensemos con seriedad, y preguntémonos á nosotros mismos. si Dios no ha hecho con nosotros semejantes escesos de amor. Fué María redimida con la sangre del Hijo de Dios, aunque de una manera singular y única, pues fué preservada de la culpa original, y elegida de entre toda la masa de la humanidad, para engendrar al que nos libraria á todos de la culpa, borrándola con su sangre, pero impidiendo por medio de una redencion copiosa que su Madre incurriese en ella. Mas si María fué predestinada á amar á Dios, como Madre, nosotros lo fuimos á hacerlo como hermanos, que el Padre Eter- no adoptaba por hijos en la sangre de su propio Hijo, habiéndonos elegido en el mismo Hijo desde la eternidad, para que fuésemos santos y sin mancha; y nos predestinó para adoptarnos por hijos de Jesucristo 1. Y esta adop- cion se ha cumplido en cada uno de nosotros, desde el momento en que recibimos la estola de la inocencia en el Bautismo, infundiéndosenos el Espíritu Santo. Mas ¿qué hemos hecho nosotros de esta gracia? ¿Cómo he- mos correspondido al amor de Dios, á que estábamos predestinados? Hemos puesto nuestro corazon en los placeres, en las vanidades y en las riquezas terrenas, amando cuanto debíamos aborrecer, y solo dejando de amar á quien con su amor nos hace felices. ¡O ingrati- tud y ceguedad! Comprendamos pues que el amor divi- no nos obliga á corresponderlo: y si no podemos pagar con equivalencia este amor infinito, sepamos que el Se- 1 Ephes. cap. 1, v. 4 et 5.

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