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236 cerrado en el Corazon de María. y oyendo por fin, las voces dulcísimas con que esta Madre nos llama á sí; y entonces veremos que la confianza, con que acudimos á María en nuestros infortunios, ha de ser la misma que tiene en su madre el hijo bien amado; pero, entendiendo además, que nuestra Madre celestial tiene en los cielos y en la tierra el poder de su Hijo, por habérselo dado este, mientras nuestras madres terrenas apenas pueden otorgarnos sino, uno entre mil, de los favores que las pidamos *. La razon humana nos descubre, que el hijo y la madre están ligados por un mismo vínculo de amor natural, siendo este el resultado de una ley impresa por Dios en todas las madres y en todos los hijos. Con todo, hay entre estos dos afectos de la naturaleza la gran di- ferencia que los distingue, y es que el amor de los hijos suele resfriarse, y tambien llega á olvidarse; y aun al- gunas veces se ha visto sustituido por la aversion y el odio, mientras el de la madre no varía jamás, pues su hijo es siempre un principio de alegría para su corazon; y si piensa en él, es para desearle bendiciones y prospe- ridad. Bien podrá un hijo olvidarse de la que lo engen- dró, y aun pagarle ingratitudes por amor: mas, ¿cómo podrá olvidarse la muger de su chiquito, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? ? Ahora bien: nosotros somos respecto de María esos hijos ingratos, que no solo se olvidan del amor de su madre, sino que la causan mil amarguras por su vida desordenada. Pero, ¡ó felicidad para el hombre! María no puede menos de acordarse siempre de que tiene un 1 Data est tibi omnis potestas in colo, et in terra, et nihil impossibile, cui possibile est desperantes in viam salutisrevo- eare. (Div. Petr. Dam. Serm. 1. de Nat. Virg.) * Isai. cap. 49. y. 15.
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