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230 el momento en que María accede al deseo que Dios la manifiesta por medio de su ángel, de querer ser Hijo suyo, es deudor á esta Vírgen del sér humano que esta le dá, y de cuantas consecuencias emanen de su Encar nacion: por consiguiente, debe tambien á María una gloria, que sea mayor que la de todos los santos y án- geles juntos , porque con solo haber consentido en que- rer ser Madre de Dios, ha merecido delante de él, mas que todos ellos juntos. Existiendo por tanto semejante identidad de senti- mientos entre el Hijo de Dios y su Madre, y hallándose obligado aquel á esta por tantos motivos, ¿cuál podia ser el pensamiento mas íntimo del Corazon de María, sino la gloria de su Hijo? ¡Ah! ¿Quién podrá explicar cuánto hizo esta Vírgen, para que fuese conocido el Pa- dre Eterno por medio del Hijo, para traer á los pecado- res á penitencia, y resarcir las injurias que los malos y perversos infligian á su Hijo, en quien no quisieron re- conocer al Hijo de Dios, sino al hombre de baja extrac- cion y de malas compañías 1. Ciertamente sabia la Vir- gen, que la mayor gloria que tiene el Padre Eterno en su naturaleza divina, es el engendrar un Hijo de su sus- tancia, que es Dios de Dios: y que la mayor que tiene este Hijo en la naturaleza humana, es la salvacion de los pecadores, á quienes sus humillaciones infinitas han reconciliado con su Padre, arrancándolos del poder del enemigo. Por eso, cuando Jesus empieza á predicar á los hombres el reino de Dios, su Madre aprovecha la primera oportunidad, para que todos conozcan á Dios en su Hijo, y le adoren, y le amen. No habia aún ma- nifestado Jesucristo por medio de milagros, que era Hijo de Dios, y creia el vulgo que era simplemente hijo del 1 Luc. cap. 7. v. 34.

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