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220 chos de la filiacion divina, que Jesucristo le ganaba con el valor infinito de su sangre derramada á torrentes; y en prueba de ello, Jesus pide perdon para sus mismos verdugos , y se lo da á un criminal que está crucificado con él, y ha confesado su Divinidad. Iba, pues, á con- sumarse el sacrificio, y á confirmarse con la muerte el testamento eterno de amor de Dios al hombre, y de alianza perpétua entre el cielo y la tierra; mas, antes de rubricarlo c n las últimas gotas de su sangre , declara solemnemente el testador ante un testigo irrefragabley ante la faz de los cielos y de la tierra, que es su volun- tad que aquella mujer, que lo ha engendrado á él, dán- dole el sér que tiene, sea la que engendreen su Corazon, á cuantos han de ser hermanos suyos por la gracia y coherederos de su gloria*. Y, al efecto, volviendo á ella sus dolientes y postreros acentos, la mostró el discípulo que estaba cerca de ella, diciéndola que desde aquel momento aquel discípulo era su hijo ?, y dándola á en- tender que cuantos tuviesen la fe y el amor que él le mostraba , tendrian derecho como él á su afecto y soli- citud maternal ?. ¡Qué consoladora é instructiva es esta palabra, que el ático moribundo dirige á su Madre y al discípulo! No es solamente el secreto del Corazon de Jesus lo que se nos manifiesta en ella, sino lo mas íntimo del de su Madre, que, unida á él no solo con un amor inefable, sino con los mismos padecimientos que él sufria, estaba cooperando al gran misterio de la redencion. Los senti- q l I ' | 1 Testabatur de cruce Christus, et testamentum ejus signa- bat Joannes. (Div. Ambr. in Luc. 23.) 2 Joan. cap. 19. v. 26. 3 Discipulus ille electus designat unumquemque fidelium. (Dion. Carthus. in Joan. cap. 19.)
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