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202 citud en buscarlo, cuando, ó por nuestra indolencia, ó porque él quiere probar nuestra fidelidad, pasa como de largo, y aparenta que nos deja solos. ¡Ah! Tres noches y tres dias pasó la Virgen buscando á su Hijo: pregunta- ba por él al Padre Eterno, á los ángeles, á los cielos y 4 la tierra ; y no respondiendo nadie, cada noche era una eternidad de amargura para su Corazon, que no conoció el reposo, hasta que no encontró á su amado. ¡Qué diferente es la devocion del Corazon de María, de la que tenemos nosotros! Consiste aquella en el ejer- cicio no interrumpido de todas las virtudes con igual. dad perfecta, y con el fin único de agradar á Dios, pre- firiendo $u amor á todas las cosas. Mas ¿en qué consiste la nuestra? Quizás en algunas devociones vocales he- chas sin recogimiento interior, ó en alguna práctica de piedad, que hacemos como por costumbre, teniendo nuestro corazon apegado al lujo en los vestidos, al refi- namiento en cuanto pertenece al bien parecer y á la hermosura corporal: ó acaso en hacer un poco de ora- cion con tibieza, y sin trabajar con perseverancia en mortificar las potencias de nuestra alma. ¡Ah! De este modo queria encontrar á Dios aquella esposa de los Can- tares: mas, si no hubiera tomado la resolucion de salir de su inaccion, y arrostrar todo trabajo para buscar á su esposo: si no se hubiesen bañado sus manos en la amarga mirra de la penitencia y del dolor por sus faltas pasadas, y no hubiese preferido la union con su amado, á perder cuanto tenia,y á ser herida, maltratada y des- pojada, nunca hubiera merecido hallarlo *. Así nosotros, mientras no nos desprendamos enteramente del mundo, de sus vanidades y locuras, y mas que todo, de nosotros mismos, no tendremos la verdadera devocion. Pidámos- 1. Cantic, cap. 5. v. 5. 6. 7.
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