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195 y de cuanto pueda ser causa de nuestra ruina , y de la de nuestros prójimos. ¡Oh Dios mio! ¡Cuántos pecados he cometido, por no haber sido modesto en las palabras, modesto en las manos, mo- desto en los demás sentidos! Prometamos al Señor no modas perniciosas, hablar jamás de nosotros mismos, ni de nuestras bue= nas Obras, si alguna hiciéremos; ni de los favores que el Señor nos concediere, á no obligarnos á ello la obe- diencia expresa del superior; y decidámonos á observar modestia y simplicidad en el vestir, no usando de cosas supérfluas, y mucho menos, de las que fomentan la y nidad y favorecen á la lujuria. da- MÁXIMAS. Son las almas modestas como algunas flores. que se crian siempre en las laderas ocultas, extendiendo su fragancia, pero ocultando el orígen de ella. Si está bien cerrado el pomo que encierra aromas, se conservan es- tos, y aun toma intensioón su suavidad: pero, si se des- tapa, desaparecen las sustancias espirituosas, y no que- dan sino heces. Bueno es, dijo á Tobías el ángel, tener escondido el secreto del Rey !. AFECTOS. O modestísima Vírgen María, que tan heróicos ejem- plos nos diste de recato y humildad. ¿Quién hubiera di- cho que encerrabas en tu Corazon todos los tesoros, que Dios derramaba en la tierra para hacer felices á sus mo- radores? ¿Quién hubiera'sospechado que tú eras la Rei- na de los ángeles, de los patriarcas y de todos los jus- t Tob. cap. 12. y. 7. A e $ ii Ñ

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