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169 tera á Dios *. Y ¿quién no advierte la semejanza que hay entre la abnegacion del Hijo y la de la Madre? Des- cendió éste del cielo, y al tomar un cuerpo humano en las entrañas de la Vírgen, vió que miles de holocaustos no habian bastado á borrar el crimen de rebelion, por el cual entró la muerte en el mundo; y hablando con su Padre, le dijo que venia dispuesto á hacer su voluntad, y en este pensamiento permaneció, hasta que dió la úl- tima prueba de la exactitud con que lo cumplia, mu- riendo en un madero ?. ¡Qué testimonio tan irrefragable de esta abnegacion de la Virgen es aquel ánimo inalterable, aquel silencio perpétuo, y aquella serenidad celestial, que conservó en tantos lances aflictivos, como tuvo en su larga vida! ¡Qué exuberante en luces de gracia y gloria aparece esta abnegacion, en los momentos en que abundan en ella los favores celestiales, y la rodean los honores ter- renos! Porque, tanto la prosperidad como la adversidad, son la piedra de toque, donde se ye si la abnegacion del hombre es tan fina como el oro; y muchas veces sucede que una alma se muestra sumisa y abnegada, cuando la oprime el peso de la tribulacion; pero quizás esa misma alma da despues una mirada de complacencia sobre sí misma, cuando los favores del cielo descienden sobre ella, bastando esto para que levante su cabeza altiva el amor propio, y se dé á sí misma la gloria y el honor, que solo pertenece á Dios. ¡Ah! ¡Cuántas almas se pre- cipitan en el abismo de la misma perdicion eterna en 4 O vera ancilla, que neque dicto, neque facto, neque cogi- tatu unquam contradixit Altissimo, nihil sibi libertatis reser- vans, sed semper per omnia subdita Deo. (Div. Thom. á Villan. conc. de Assumpt.) 2 Hebr. cap. 10. v. 8. 9.

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