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165 bre tan dichoso? ¿No estaban estáticos, cuando veian junto al lecho de muerte del venerando patriarca á su excelsa Emperatriz, recibiendo en sus manos sus últi- mos suspiros , enjugando sus últimas lágrimas, y der- ramándolas con ternura y dolor santo, ella tambien , al cerrar los ojos de su moribundo esposo , junto con su Hijo santísimo? ¡O hombre feliz, esclamamos nosotros, al pensar en estas cosas! ¡O hombre dichoso, decimos , que tuvo la suerte de cambiar los sentimientos de tierno amor con el Corazon de la Madre de Dios! Sí, grande fué la dicha de San José, en ser amado por el Corazon de María; grande fué su felicidad, pues viviendo con su esposa y con el Niño Dios, representaba su familia la imágen de la augusta Trinidad: y era tan admirable este espectácu- lo. que los moradores del cielo tenian envidia á la tier- ra *. Pero esta felicidad fué la consecuencia de la fideli- dad, con que él amaba al Señor, y correspondia á la gracia, con que lo predestinó á ser su padre putativo, y el verdadero esposo de su Madre. Correspondamos tam- bien nosotros á la gracia de la vocacion, que nos ha traido al estado que tenemos; y veremos, por propia es- periencia, que los auxilios divinos van aumentándose, y con ellos ardiendo mas y mas en nosotros el deseo de unirnos con Dios en amor perfecto. MÁXIMAS. El silencio en las tribulaciones interiores del alma es el heroismo de la paciencia cristiana, y es verdadera- mente muy dichoso, quien llega á poseer este grado de virtud. Los mundanos creen que se consuelan con des- £ Cornel, á Lap. Comment. in Matth. cap. 1. v. 18.

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