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164 lo engendra en los resplandores de su santidad infinita. Lo amaba con un amor, cual no ha habido igual en co- razon de esposa, y se lo demostró toda su vida , siendo con él humilde, obediente, respetuosa, llena de suavi- dad en sus palabras, de sencillez de paloma en sus sen- timientos, y de sinceridad, mansedumbre , modestia. piedad y compasion en todos sus modales y acciones: de tal manera, que no solo lo amó, sino que le proporcionó una dicha, á la cual en nada se parece la mayor felici- dad temporal, y fué además la delicia del corazon de este esposo, verdaderamente escelso y feliz *. ¡Ah! María convirtió el hogar de su esposo en alcá- zar del Rey de los siglos, ante quien estacionaban dia y noche ejércitos de ángeles, cantándole alabanzas: María elevó á José á la incomprensible grandeza de mandar al que despide los rayos, y trastorna con su voz los cielos y la tierra: y si para merecer ser esposo suyo necesitó José de gracias especiales y únicas, para sobrellevar sin anonadarse en su propia estimacion las grandezas que le proporcionó el amor de María, debió sin duda el Se- ñor fortalecerlo con auxilios excepcionales , que solo se le han dado á él. ¿Qué angel, ni qué querubin ha teni- do la dicha de José? Cuando la Madre del niño Dios tiene que ocupar su atencion en las faenas domésticas. ó va huyendo pavorosamente de los verdugos que de- gúellan á los inocentes, da su niño á José y él lo toma en sus brazos; y si llora, lo consuela: si padece frio, lo calienta y acaricia , llevándolo bajo su manto, y apli- cándolo á sus mejillas y á sus labios. ¡Ah! Cuando los serafines veian esto, ¿no miraban atónitos y asombra- dos á José? ¿No envidiaron casi la muerte de este hom- !. Oblectat virum suum, et annos vite illius in pace imple- bit. (Eccli. cap. 26. v. 2,
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