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131 quien reconocen haber recibido todo bien. ¡Ah! ¿Qué enemigo podrá vencer á una alma, que no sabe estar mas que en dos partes, ó en la profundidad de su nada, ó en la sublimidad de la bondad y omnipotencia divina? Fueron estos los dos vértices, donde moraba el virginal Corazon de la Virgen: y aunque conservara dentro de él como en un santuario tantas excelencias, sin conocerlas ella misma, y sin descubrirlas á nadie por no haberlas examinado jamás, cuando llega el momento de mani- festarse ellas por Sí mismas, ó de declarárselas el que las aprendiera de los labios del mismo dador de todo bien, dice María palabras tan candorosas, y exhala su alma sentimientos tan humildes, que se echa de ver que , siendo lo mas grande que hay despues de Dios, se creia ella lo mas ínfimo de la creacion; y al decirla un ángel que no era así, pues era la bendita entre todas las mujeres, ella contesta que no es-sino la esclava del Señor. En efecto, habia pasado María Santísima quince. años en la contemplacion de su nada, y en la de las be- llezas infinitas de su Criador: y precisamente al hallar- se abismada en esta consideracion , y dando gracias al Señor porque la habia criado y dado su conocimiento y su amor, he aquí que penetra en su aposento un ángel, quien con toda reverencia la saluda, diciéndola: que es Hena de gracia, que el Señor está con ella, y que es ben— dita entre todas las mujeres *. Y apenas ha herido sus oidos virginales esta magnífica salutacion , una santa turbacion acomete á aquel corazon siempre sereno; ex- trañando que se la dijesen á ella palabras tan admira- bles. No es por cierto la vista del ángel lo que turba á María; pues estaba acostumbrada á verlos cada dia, y á í Luc. cap. 1, v. 28.
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