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¡O Corazon virginal! ¿Quién podrá explicar los sen- timientos de pureza, que abrigas dentro de ti? Mas va- lor tuyo para ti la virginidad, que la inefable disnidad le dar la vida al Hijo de Dios, pues nunca hubieras consentido en ser su Madre segun la carne, si hubiese ido preciso para ello dejar de ser Vírgen. ¡Ah! Reina de los ángeles, á quienes has vencido en la pureza; da eficacia á los deseos que mi alma abriga, de conservarse siempre pura en medio de tanta basura de vicios ver- gonzosos, como el mundo y la carne arrojan en el ca- mino que lleva al cielo, para contaminar, si pudieran, á los que quieren marchar por él. Yo sé que no puedo gloriarme de ser tu hijo, si no te imito en la pureza, y no huyo de la corrupcion del siglo: mas, por lo mismo, me arrojo á tus pies, pidiéndote la gracia de ser casto en pensamientos, palabras y obras; y espero que lo he > de conseguir, para poder cantar en tu compáñía el cán- tico sagrado, que modulan sin cesar al Cordero de Dios. las almas, que no han manchado la estola blanca de la inocencia. Así sea. Oraciones y demás, como el primer día.

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