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po Y E me, ademán burlesco, indecencia asquerosa, juego vil, ni palabra grosera á que no apela- sen para torturar y afligir sus purísimos ojos y sus castísimos oídos. ¡Bien se aprovecha- ron de aquel: «Esta es vuestra hora y el po- der de las tinieblas» (San Luc., xxu, 53) que Él les echó en cara la noche del prendimien- to! Porque, como advierte el sagrado Evan- gelio: «En seguida, prendiendo á Jesús, le condujeron á casa del Sumo Sacerdote, le ataron, se mofaban de Él y le golpeaban.» Y habiéndole vendado los ojos, le daban bofe- tones, y le preguntaban diciendo: «Adivina, ¿quién es el que te ha herido?» Y repetían otros muchos dicterios, blasfemando contra Él (San Luc., xx11, 54 y sig.) Luego empeza- ron á escupirle en la cara y á maltratarle á puñadas. (San Mat., xxv1, 67.) ¡Cuánto nos dicen y cuánto nos dejan suponer estas pala- bras del Evangelio! Por mucho que se ponde- ren y por más que se reflexione sobre ellas, nunca se agotarán del todo; al contrario, prestarán á los mortales abundante materia de consideración hasta la consumación de los siglos Y hay quier alice que ñasta el gran día de las revelaciones no se sabrá á punto fijo lo que Jesús padeció en aquella memora- ble noche. Desde luego tenemos claramente

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