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* ORACIÓN PARA EL DÍA CUARTO Dulcísimo Jesús, amabilísimo Maestro, en cuya escuela sola se adquiere la verda- dera ciencia: yo el más rudo é indócil de vuestros discípulos , postrado ante esta sa- grada Efigie vuestra, rindo mis humildes adoraciones á esa boca suavísima , en cuyos labios está derramada la gracia, y cuyas pa- labras son más dulces que la miel, por mí amargada con hiel y vinagre. Confieso con firme fe que esa voz que, moribunda, no per- dió la fuerza de clamar altamente, encomen- dando al Padre vuestro espíritu, es también la misma que hace temblar los cedros del Líbano, á quien obedece la muerte, y á cuyo mandato se rinden los vientos y el mar; y que esa sed ardiente que atormenta vuestra garganta delicada, no la impide ser fuente de agua viva para los que tienen hambre y sed de justicia , por las palabras de aquella sabiduría que de Vos solo dinama. Sólo en esa fuente quiero beber ; sólo esas palabras han de ser regla de mi vida: cualquiera otra senda es descamino, pues quien no está con Vos, está contra Vos, y quien con Vos no siembra, esparce. Concededme la gracia de

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