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46 — aunque á la crucifixión no acompañaran las circunstancias que la acompañaron, de ser cruelísima y atrocísima, de haberse hecho al . mediodía, al pleno rigor de un sol abrasador y al desabrigo de un viento fuerte y reseco; la sola crucifixión fué bastante y sobrada para causarle horrible sed, tremenda angus- tia y agonía espantosa. La tirantez del cuerpo, la abundancia de Sangre derramada por todas las heridas de su humanidad santísima, la extremada debi- lidad á que le habían reducido tantos golpes, caídas, punzadas de espinas, estirones y ma- los tratos, la posición violentísima en que es- taba colocado, no pudiendo descansar sobre los pies, por aumentársele atrozmente los do- lores originados de cargar todo el peso del cuerpo sobre ellos, ni sobre las manos, por abrírsele y rasgársele más sus llagas, ni so- bre las espaldas, por tenerlas convertidas en una pura llaga, ni la cabeza sobre los hom- bros ó sobre la parte más elevada de la Cruz, por clavársele más hondamente las espinas, la dificultad de la circulación de la sangre, todo esto y muchísimo más, que á nuestro flaco entendimiento no es dado comprender, le produjo aquella ardorosa sed que Él sig- nificó, diciendo: «Sed tengo.»(S. Juan, xix, 28)
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