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El remedio en el sacerdote. En el confeso- nario. Conducta muy distinta de los leprosos cura- dos Olvido e ingra- titud de los nueve. Gratitud del sa- maritano. Cuantos peca- dores imitan a los nueve le- prosos. 144 iluminados y confortados con las celestiales para conocer sus obliga- ciones y comprender el camino de la dicha verdadera, el camino que a Dios lleva, y sus manos podrfan trabajar para el cielo y sus piés corren por el camino de la virtud; y sus almas, limpiadas la tlceras, curadas las llagas, aparecerfan de nuevo radiantes y hermosas, en- vidia del cielo, dignas de figurar entre los angeles, verdadero parafso de delicias. El remedio se encuentra en el sacerdote, en el confesonario; sf, el confesonario hacia el cual se siente hoy tanta aversién los unos por pereza, los otros por desprecio. Si escucharan esos desgraciados los consejos, mas, el mandato de Jests: ife osfendife vos sacerdoti- bus, y se postraran ante ei confesor, y, hecho bien el examen, forma- do el dolor, tomando una resoluci6n firme, mostraran al sacerdote to- das sus llagas, le manifestaran todas sus flaquezas, en el mismo mo- mento se levantarian de los pies del sacerdote, nuevos hombres, her- manos de los angeles, hijos de Dios muy queridos, herederos del cie- lo; oirfan la voz serena del sacerdote que en nombre de Dios y con su poder decfa, quedo, muy quedo a su ofdo: vade in pace; vete en paz. Pero no quiero terminar estas ensefianzas evangélicas por tanto verdaderas y divinas sin llamar vuestra atencién sobre una cosa muy de notarse. La conducta tan distinta y atin opuesta de los leprosos sa- nados. Nueve han recibido el favor del cielo, el don de una salud per- fecta, y solo piensan en gozar de él; apenas pueden creer a sus ojos, suefian en una vida nueva, sana, robusta, fuerte, sin dolores, se deter- minan a aprovecharse de ella quizé contra la voluntad de Dios, pero para el dador del beneficio, para el autor de la salud, para el divino y providencial médico..... ni una palabra, probablemente ni un pensa- miento, nada... Los nueve eran sin duda corazones mezquinos, ego- istas, indignos del prodigio. Uno solo, y este extranjero, de baja es- tofa, un ruin, no piensa en aprovecharse de la salud obtenida, ni sue- fia en los dfas que se avecinan, piensa, suefia en el bienhechor y lo ol- vida todo hasta el mandato que habfa recibido de presentarse ante el sacerdote y vuelve atrds y corre, vuela en busca de Jestis y cae a sus pies rindiéndole tiernfsimas gracias. jAh! A. O. tales la conducta de muchos pecadores; se han pre- sentado a Jesacristo, le han mostrado sus enfermedades, se han pos- trado a los pies del confesor, han manifestado sus pecados y los han llorado y se han propuesto no volver a cometerlos y se han levantado de los pies del confesor sanos, limpios, curados. Salen empero de la iglesia y ya todo lo olvidan, no suefian més que en gozar de nuevo de la vida, piensan tan solo en planes futures; pero para Jestiis que ha obrado una accién tan maravillosa, un prodigio tan estupendo, para el que ha resucitado sus almas y cerrado las puertas del infierno y devuéitoles el cielo, jquizé, ni un pensamiento, ni un gracias durante Mec
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