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DT eae riseo para fijarlos en el humilde publicano, prosternado atras en lo ultimo del templo, donde no puede llamar la afencién de nadie. Y pre- guntémosle a su vez cuales son los sentimientos de su pobre coraz6n. Una humildad y abatimiento grande. Nos lo revela el lugar que ha escogido en el templo, sus ojos prefiados de lagrimas que, ni siquie~- ra osan dirigirse al cielo, y permanecen clavados en tierra: los golpes con que hiere su pecho, las palabras que de su coraz6n brotan: Se- fior tened piedad de mi. Una confusion sin limites. El lugar escogido, los ojos en lagri- _ mas y fijos en el suelo, los golpes de pecho, la frase corta que pro- nuncia, descubren un coraz6n confuso, que no sabe donde esconder- se, que no puede ocultar su vergiienza, que no solo a Dios, ni a los hombres se atreve a mirar cara a cara.j Qué diferencia del Fariseo! Un dolor profundo. Salta a la vista, basta con mirar su actitud, con escuchar sus palabras: propitius esto mihi peccafori. Aquel coraz6n estaba desgarrado por el dolor, una pena grande, inmensa le aflige; el haber ofendido a Dios. La convicci6n intima de su pobreza, de sus necesidades, de sus mi- serias. Quien asf ora es, porque esté convencido de que nada vale, nada puede y de que Dios y solo Dios puede salvarle. Finalmente una confesién humilde y publica de sus pecados. Parece que da la raz6n al Fariseo y que confiesa que es todo aquello que el Fariseo se gloria de no ser. Nada le importa el que le tengan y le Ila- men publicano, a todos da la raz6n. A. O. 4Cual sera la suerte de estos dos hombres? gcuél de los dos sera escuchado y bien despachado en el cielo? gel orgulloso o el humilde? el fariseo o el publicano? Yo veo la sentencia que en el fon- do de vuestro coraz6n habeis pronunciado. Vuestro corazén se incli- na, se siente atrafdo por el humilde, el arrepentido, el que llora; y siente repugnancia, aversi6n al orgulloso que se sirve de todos los medios atin los mas santos para incensarse y pavonearse. Y esa mis- tna simpatfa y esa misma aversi6n siente el corazén de Dios, siente Convencimien- flez y pobreza. Suerte distinta y del publicano el Salvador dulcfsimo, el amigo de los pecadores y necesitados. Por- Se que el que pide ha de estar convencido de su pobreza, de su _ necesi- dad, que de otra suerte lo creeremos un hipécrita, convencido de la grandeza de Dios y de su poder, que de otra suerte su oracién se to- mara como una burla. Al pobre, al débil se le puede pedir y exigir una cosa, alegando nuestro poder y valimiento, pero es locura y es nece- dad alegarlos ante el poderoso y omnipotente; ante quien solo tienen valor y fuerza las lagrimas, los gemidos, la contricién del alma, en una palabra, la debilidad, la pobreza; y la persuasi6n fntima de esa pobreza y esa debilidad. Nada tiene pues de extrafio ni de sorprendente la sentencia con que termina el evangelio: descendit hic (el publicano) justificatus in Al poderoso no der oy la de- ne ED IAS OR A RO RN
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