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SS ee El pecado esla causa verdade- ra de las ae mas wr = va- Conclusién, 130 presa en sus frentes con caracteres de fuego la sefial de su repro- baci6én. Pero gqué nos dicen, qué nos hablan y dan a entender las lagrimas de Jestis y el fin desastroso de Jerusalén? Que solo el pecado es el que hace extremecer y llorar a Dios: que el pecado esel que trae todaslasca- lamidades que se ciernen sobre el mundo. De pie sobre la encumbrada atalaya del cielo ha presenciado Dios todas las catdstrofes que se han ido sucediendo en el trascurso de las edades; el diluvio universal, las pestes, el hambre, el derrumbamiento de ios grandes imperios, y nada de esto ha sido parte para sacarle de su quietud y reposo porque él es el que todo lo dispone y ordena y el que al decir de Donoso Cortés, hace y deshace como vanos juguetes los imperios del mundo. Solo el pecado, continia el insigne orador catélico, <ha sacado lagrimas de los sacratisimos ojos del Hijo de Dios, mansfsimo Cordero que subi6 a la cruz cargado con los pecados del mundo. Lloré Jestis sobre el sepulcro de Lazaro, y en la muerte de su amigo no otra cosa llor6 si- no la muerte del alma pecadora; llor6 sobre Jerusalén, y la causa de su llanto era el pecado abominable del pueblo deicida; sintié tristeza y turbaci6n al poner los piés en el huerto y el horror del pecado era el que ponia en él aquella turbacién y aquel pafio de tristeza.» De donde hemos de colegir que los pecados de los hombres hacen llorar al mis- mo Dios. Pero quién nunca ha imaginado lo que significa hacer llorar a Dios? Si en las Divinas Letras se estima como digno de execracién y oprobio el hijo que acarrea disgustos y amarguras al autor de sus dias, gqué tanto mayor sera el descomedimiento, desacato de aquel que. con sus pecados hace verter amargo Ilanto al que le sacara de la nada al ser y en todo momento le conserva, de forma que si un solo punto recogiese su brazo tornarfa de nuevo a la nada de donde primero sa- liera? Sobre esto el pecado fué la causa de la destfruccién de Jerusa- lén. Del mismo modo el pecado es el que labra la desventura eterna al alma y la despefia en las l6bregas mazmorras del infierno.Por tanto si nos preciamos de ser verdaderos hijos de Nuestro Padre Celestial, no le congojemos ni le hagamos llorar con nuestros pecados y de es- fa suerte excusaremos los infortunios anejos al pecado y granjearemos nuestra felicidad y bienandanza sempiternas. Plegue a Dios que tal ventura nos quepa y que en vez de aquel ecce dies venient in te que fulmin6 el Salvador contra Jerusalén, merezcamos oir un dfa aquellas sabrosas y regaladas palabras: Venid hijos mfos muy amados y ce- fiirén vuestras sienes, coronas de guirnaldas y flores que os tiene aparejadas vuestro Padre. eA] @® [A “ye

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