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115 ciere, sera culpable y juzgado y condenado ante Dios y ante la Iglesia. Jesucristo el que muere en una cruz, prometiendo el paraiso a un ladr6n, y perdonando a los verdugos, el que ensefia a Pedro que hay que perdonar setenta_ veces sitte, es decir, siempre, el Dios del amor y del perdén, el padre del hijo prédigo, el maestro de la verdad no pue- de consentir que se bastardee de manera tan inicua la_ nocién de la caridad y del amor, que se reduzca a mera hipocresia la que le llevé a Ela morir en una cruz por sus enemigos, y su coraz6n protesta, y va mas adelante; para inculcarnos mas y mas el perdén de las _inju- rias, para arrojar de nuestro corazén hasta las huellas del rencor, continia con estas palabras que no dejan de parecer raras y misterio- sas: «Por fanto si trajeres tu presente al altar y te acordares alli que tu hermano tiene algo contra ti, deja alli tu presente delante del al- tar, y vete, reconciliate primero con tu hermano, y entonces ven y ofrece tu presente. Meditad detenidamente, A. O., sobre todo aquel en cuyo coraz6n anida el rencor y se resiste a perdonar a su prdéjimo, considerad que Jesucristo nos manda una cosa extrafia a la verdad, dejar al Creador por la criatura, el servicio. divino para reconciliarse con el enemigo, cual si nos debieran ser mds queridos los enemigos que el altar sa- grado; cual si fuera de més monta el reconciliarnos con ellos que con nuestro Padre celestial, hagamos aquello primero que esto. /Oh caridad inefable de Dios para con los hombres, exclama San Juan Criséstomo, deja en segundo lugar el honor que le es debido, para poner en el primero Ia caridad hacia el préjimot ;Nos manda inte- rrumpir su culto para gue no se interrumpa la caridad, para ense- fiarnos con eso que este es el sacrificio, el culto, el honor que més le agrada y a todo prefiere. O ineffabilem erga hominem amorem Dei, honorem suum despicit pro charitate erga proximum. Interrum-. patur, inguit, cultus meus, ut charitas tua maneat: nam vere sacrifi- cium mihi est reconciliatio cum fratre! Y para terminar, permitidme que os descubra las ensefianzas su- blimes y en extremo necesarias que el Salvador dulcisimo nos propo- ne en el evangelio que acabo de explicaros. Primera, no basta a un cristiano no hacer dafio, no vengarse de prinerg Para que nues- trosdones sean po ipa a Dios ebe preceder- les la reconci- liacién con el hermano. condi- su prdjimo, es necesario perdonar de coraz6n, perdonar las injurias, cién para sal- varse: perdo- en una palabra amare; sf, no os extrafie la palabra, pagar con amor nar y amar al las injurias. Yo sé que este precepto es duro, cruel, que contra él se revela nuestro amor propio ofendido, se subleva nuestro deseo de venganza, y hasta el miedo al qué diraén; pero las palabras de Jesu- cristo son claras y terminantes, no basta la caridad, el amor ensefia- do por los fariseos que prohibia el matar, pero permitia el odiar, el responder a las injurias con injurias, a los insulfos con insultos. _ Segunda ensefianza.—No basta con amar, perdonar al amigo: es proijimo, Segunda amar al enemigo.

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