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104 ‘ni de sus plegarias, ni de sus amores: y ese Dios, porque nos ama, y solo porque nos ama y porque es una necesidad imperiosa del a- Necesidad del mor rebajarse hasta el nivel del objeto amado, igualrse con él, vivir amor es igua- . larse con el con él como él, baja de un trono eterno y se hace hombre, el hombre, objeto amado. Ge que nos habla el Evangelio, y vive como hombre y come y lora y sufre y suda y viste y se cansa y trabaja y se rfe y descansa y goza como hombre; y por hacerse en todo semejante al hombre, a quien a- ma, ya que no puede hacerse pecador, toma las apariencias de tal. Ese hombre es el Dios de la majestad que ama al hombnetierna- mente y siente la segunda necesidad del amor, no menos imperiosa- mente que la primera: el sellar con sangre el amor que nos tiene y la Segunda nece- derrama a torrentes hasta la dllima gota entre tormentos indecibles, a ae ae los que en modo alguno estaba obligado, pero que el amor pedia. por el objeto Ese hombre es el Dios, en cuyo coraz6n se entabla refiida lucha, en amado. 1a que el amor al hombre, le lleva a morir por él: a sellar con su san- gre ese amor: y ese mismo amor que le retiene en este mundo junto alos que ama porque el amor no le permite vivir separado de ellos, y el conflicto de esos dos amores’ produce una solucién, el mas sublime, el més hermoso, el mas imponderable rasgo de amor: morir por el hombre y quedarse en el altar para vivir con el hombre: velar por él, pensar en él, verle, y no en un solo lugar, en todos los luga- res del mundo donde haya hombres; y no con majestad y gloria que podria intimidar y asustar al hombre, sino bajo las apariencias de pan y vino. Ese es el hombre; el hombre que prepar6 un gran banquete. Decidme su amor, si para ello hallais palabras en el humano lenguaje. Hizo una grande cena, continia el Evangelio. El amor es mas Tercera nece- fuerte que la muerte, y no se contenta con ella, aunque sea como la de Sa Jesucristo, entre inauditos tormentos; pide algo més; algo que vaya sa con elobjeto més allé que la muerte, el hacerse una misma cosa con el objeto ama- do, identificarse con él, ser comido por él, convertirse, en una pala- bra, en su alimento. Este es el iltimo afan, la més grande ambicién, la ilusi6n mas grata del que ama. Aquf mi lengua enmudece: a este rasgo de amor yo hallo un solo comentario digno, es el que canta la Iglesia en esta octava: Panis angelicus, fit panis hominum. O res mirabilis, manducat Dominum pauper, servus et humilis. El pan ce- lestial se hace pan del hombre. jCosa estupenda! Come a Dios el pobre, el esclavo, el miserable. Este es el banquete de que nos habla el Evangelio. Dos detalles Adin aparecen en el Evangelio del dia otros detalles insignifican- ae tes para el que no ama, pero que revelan mas y mds ese amor y re- zan el amor de trafan perfectamente el tierno coraz6n de Jestis. Solamente sobre dos Jesus. llamaré vuestra atenci6n; el primero, el empefio con que ordena a su siervo, que vaya en busca de los convidados. En este detalle aparece la inquietud del amante que no se fija en nada de cuanto ha _ hecho, a
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