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ean rn nt ete SGN A meas 98 esira inteligencia el error y las tinieblas, puesto que la Iglesia Je salu- da /umen et splendor Patris, y en el Evangelio del dfase nos pro- mete que ha de ser nuestro maestro, doctor, guia. El que hace a los m4rtires y a los santos de un tes6n indomable, puesto que es virftus Dei, \a fortaleza; El quien refrena las pasiones, arroja el temor fuera de nosotros, infunde el amor y la esperanza, nos hace anhelar por las cruces y las tribulaciones y derrama en nuestros corazones la paz, esa paz que se nos promete en el Evangelio de hoy, que es la paz de Jesucristo, que nace del amor de Dios y de una fé viva, de una con- fianza sin limites‘ que hace del hombre miserable y flaco como una columna de bronce, que no puede ser movida, ni por los huracanes de las tentaciones, ni por las tempestades del dolor; que hace al hombre a quien tanto pavor la muerte infunde, mire a ésta sonrientente y sus- pire por ella, porque Dios lo quiere y a El le lleva. 4Quréis un ejem- plo del poder maravilloso del Espiritu Santo, de los frutos consola- dorores que en nuestra alma produce? Considerad a San Pedro; ved- lo escribiendo sus cartas hermosisimas y llenas de doctrina celestial, echando en cara a los israelitas la crucifixién de Jesucristo, intrépido ante los tribunales que le ezotan y le amenazan con la muerte, acome- tiendo la empresa més grande y mas ardua que ha existido, la con- quista del mundo para Jesucristo, abrazando con delirio la cruz don- de le van a colgar; y comparadlo con aquel apéstol, lleno de defec- tos, rudo eignorante, cobarde y miedoso, que tiemblan ante ana cria- dilla, j{Qué transformacién ha habido en él! 4Cual sera la causa? Se ha cumplido la_promesa de Jesucrisio: Ego rogabo Patrem et alium Paraclitum dabit vobis, gui maneat vobiscum in ceternum; yo roga- ré al Padre quien os enviaré un consolador, un abogado un maestro que permanecera con vosotros hasta el fin del mundo. Al llegar a este punto vienen a mi memoria dos verdades, ejes de nuestra vida espi- ritual, claves de uuestra salvaci6n; primera, que la promesa del Espi- riitu Santo que nos hace Jesucristo, no se limita tan solo a los disc{pu- los que le rodeaban y que se sentfan agobiados por la pena de per- der a su Maestro y por las consecuencias que esta pérdida podia te- ner para ellos; se dirige también a nosotros, a cuantos profesamos la fé de Jesucristo y abrazamos sus ensefianzas y mandamientos. Se- gunda, que las terribles huellas del pecado, sus tristes resultados es- tan bien grabados en nuestra alma y en nuestro cuerpo, como nos lo est4 diciendo ia experiendia; que si los apéstoles necesitaban del Es- piritu Santo que adornara sus almas con dones celestiales, iluminara su inteligencia con luces divinas, fortalecieran su voluntad, refrenara sus pasiones, arrojara de ellos el temor, el miedo, la desesperacién, e infundiera el amor, la esperanza, la confianza, les devolviera la paz; mayor necesidad tenemos nosotros’ Deestas dos verdades se desprende otra no menos importante;

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