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ni he RT st i 97 aquella comida. Llevad bien la cuenta: la pérdida de la justicia origi- nal y muerte del alma, enemistad con Dios que era su Padre y su Crea- dor y ahora su enemigo implacable, la esclavitud més degradante bajo la tiranfa del demonio, la pérdida del cielo y la apertura del infierno. Y asicomo un hierro candente produce terrible marca en el cuerpo a que se aplica y la enfermedad grave deja en nosotros las huellas de su paso, asf el primer pecado dej6 impresas en el género humano sus huellas espantosas: en el alma el abandono de Dios quien antes mo- raba en ella como en lugar de delicias; en la inteligencia la ignorancia y el error, tinieblas mas espesas que las que se extendieron por Egip- to en tiempo de Faraén y de las que nos dice la Escritura Sagrada que se podian palpar y que ninguno vefa a su prdéjimo y nadie pudo le- vantarse de su lugar (1); en la voluntad una flaqueza tal que la flaque- za que produce una larga y penosa enfermedad no es con ella compa- rable, y mas de una vez han puesto en boca de la humanidad aquellas palabras del poeta: Video meliora proboque, deteriora sequor; en la parte inferior la rebeldia que hacia gemir al Apéstol S. Pablo: Video in membris meis aliam legem repugnantem legi mentis meae (2); en el cuerpo la muerte, en todo el hombre un miedo horrible, un temor de esclavo ante una majestad ofendida y una desesperaci6én, una aversién irreconciliable con el dolor y la cruz a que en entonces fué condenado. Asi salié Adan del Paraiso, asi di6é el ultimo adiés a aquel jardin de delicias donde tanto habfa gozado. Y seis mil afios de pecados fueron agrandando cada vez mas esas huellas, haciendg esos efectos mas espantosos: la ausencia de Dios, la ignorancia de la inteligencia, la flaqueza de la voluntad, la rebel- dia de las pasiones, la muerte, e] miedo, la aversi6n al dolor. pry 2 Volvamos la vista ahora a escenas mas consoladoras. Viene Je- sucita nuestras sucristo repitiendo en los Evangelios de estos tltimos domiugos, y “'™** repite con insistencia en el de hoy, que no nos apenemos: non furbefur eee cor vestrum, negue formidef; que nos es conveniente su ida al Pa- ficante. dre, porque con su muerte ha de reparar los dafios de aquella fatal [a reconcilia comida, ha de resucitar nuestras almas y adornarlas con la gracia ©" Dios. santificante, reconciliarnos con Dios, romper las cadenas con que el Rompe las ca- demonio nos tenfa aherrojados, abrir las puertas del cielo y cerrar las Sena’ con que del infierno. jada. Pero quedan las terribles huellas del pecado arriba ennumeradas, too det cabin las heridas que su garra sangrienta produjo en nuestras almas; y he Cierra l s del ahi la misi6n qne el Padre y el Hijo confiaron al Espfritu Santo, el papel que desempefia en la obra de nuestra redenci6n y santificacién. Mi fe Barto: be: El es, ese Espiritu consolador, quien hace de nuestras almas dig- ‘rat las huellas del pecado. na y hermosa morada del Padre y del Hijo; El quien destierra de nu- Hace al alma morada_hermo- i de Dios. (1) Exod., X, 20-22. (2) Rom. Vil, 23. ee
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