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—196— que arda sin cesar en el fuego vivo de las tribulaciones, Maria responde inmediamente, que puede el Sefior hacer de ellalo que guste, porque es su esclava. Y en realidad, al aceptar Maria la dignidad de ser Madre de Dios, no era simplemente la gloria lo que ella abrazaba con ardor, sino el oficio de coredentora que la venia al mismo tiempo, y con él una vida de tribulaciones y dolores, y un conjunto de penas de corazon y de espiritu bastantes para quitar de repente la vida & todos los hombres del mundo, si se repartiese entre ellos (1). Bien claramente se ve que el Corazon de Maria no se entrega al ejercicio de las virtudes con otro fin, sino el de buscar en sus acciones la gloria de Dios: bien convincen- te prueba de esto tenemos en la prontitud con que se desprende, del mismo retiro y soledad, donde tenia sus mayores delicias, y en el heroismo con qué se separa aun del mismo Hijo que era todo su consuelo, para que este vaya 4 dar su vida por los pecadores. Porque el corazon verdaderamente devoto, asi como no busca su pro- q pia satisfaccion en la practica de la piedad, asi tambien re- . nuncia con prontitud y alegria 4 los goces mas soberanos, cuando lo exigen asi la gloria de Dios y la salvacion — de las almas. ;Quién puede gozar ‘en este mundo del bien sumo de que goz6 Maria? Eran indecibles el gozo y alegria dé su corazon, cuando veia & su Hijo comer 4 su mesa, vivir con ella y ensefiarla con dulce afecto: el martirio mas cruel, que podia sobrevenirla, era el verse separada del que era su consuelo, y su deseo, y en quich veia al Dios que ado- Sneiiia Saas (1) Tantus fuit dolor Virginis, quod si inter omnes creaturas, que a“ possunt, divideretur, omnes sfbito interirent. Div. Berd. Sen. tom. 3. Serm, 61. a3. cap. 2.

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