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— lll — ofrecer sin cesar al eterno Padre el valor infinito de la sangre de su Hijo: mas, para que consigas el fruto. de la redencion, has de tener siempre presente lo que tu Redentor te dice. Oye pues estas palabras que Jesucristo dirigia 4 los jndios: todo aquel que hace pecado, es esclavo del pecado: y el esclavo no que- da en casa para siempre. ' ;Ah! ;Qué santo pavor no deben enjendrar en nosotros los peligros 4 que nos hallamos expuestos, si no salimos pronto del pecado, y si no huimos de él como de la faz de un basilisco! Que adelantamos con estar entre el néimero de los fio de la Iglesia, y habitar en la casa de Dios por la fé que tenemos, sino la acompaiiamos con la ca- ridad y las obras buenas? Si perseveramos en nues- tra indiferencia mundana, y no nos apresuramos 4 dolernos de nuestras culpas y Horarlas amargamen- te, recibiendo al mismo tiempo con disposiciones santas 4 nuestro Redentor, estamos expuestos 4 morir esclavos de la culpa. ;Qué desgracia enténces! il esclavo no queda para siempre en casa: el hijo solo queda para siempre en casa de su Padre celestial. PUNTO SEGUNDO. Aunque Jesucristo no haya muerto por los hom- bres sino una sola vez, y habiendo ofrecido un solo sacrifici r los pecados, esté sentado para siempre d edie wi Dios. 2 no por eso deja te ejercer & cada instante los oficios de redentor: porque aunque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre d los que ha santificado,s y en el sacrificio que hizo de 2 Joan. cap. 8. v. 35.—? Hebr. cap. 10. v. 12.—* Ibid. v. 14,

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