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— 110 — derramé sino su propia sangre, dando 4 su pueblo, no una redencion transitoria, sino eterna. Pero, en esta obra no hay que considerar tanto la virtud cuanto la caridad del Redentor, pues al con- sumarla, mostré una piedad y bondad que solo pue- den proceder del corazon de un Dios: porque aque- llos héroes que dieron libertad temporal 4 sus conciudadanos, no pudiendo hallarse siempre entre ellos, los dejaban expuestos 4 cada paso 4 nuevas incursiones de los enemigos: més, Jesucristo, despues de haber derrotado 4 odie los contrarios de su pue- blo, quiso permanecer siempre en ¢l, 4 fin de ins- pirar terror con su > sot 4 quien lo atacase, y cubrir con el yelmo de su virtud 4 sus hermanos en las batallas, y darles con su gracia la victoria. Asi, aunque este Redentor benignisimo, entré en el cielo, para presentarse delante de Dios por nosotros,: no deja de hacer presente 4 su Padre ni por un solo instante lo inminente de los peligros, en que se encuentran sus redimidos: y tanto desde alli como desde la Eu- caristia, est conteniendo los furiosos impetus del leon que ruge por devorarnos, y animfndonos 4 no- sotros 4 que peleemos contra él, protejidos de su éji- da y virtud esperando de é1 la victoria. Considera, pues, alma cristiana, cudnta es tu dicha y ventura en poder tomar en la Eucaristia el precio total 6 integro de tu rescate, con el cual consigues no solo tu redencion, sino tu enriquecimiento, pues posees en Jesucristo los bienes inestimables del tiem- po y de la eternidad. En tu mano estd, por tanto, el verte libre de la esclavitud de la culpa, pues puedes 4 Hebr. eap. 9. v, 24. Sei ini dans sinaasa
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