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E | | ñ $ 24 te. Enseña el santo concilio de Trento, que la confesion es aquella gran mediciva que nos li- berta de los pecados diarios y nos preserva de caer en los mortoles. Si es un pobre ¡ofeliz, que necesita de sus brazos para comer, confesa— rá una vez cada mes sin falta alguna: menos no puede ser sin riesgo de entibiarse en el fervor de la deyocion , esponerse á caer otra vez en las culpas pasadas. Estas cosas debe regularlas un buen confesor: por eso es necesario que el que se eli- Ja sea el mejor, el de conducia mas ejemplar, y el mas sabio que se encuentre, como ya es- Yá dicho. Déjese gobernar de él en todos los ejer- cicios que miran - al bien "de su alma, y aun en aquellos negocios temporales que pueden tener re- sultas de grande importancia. Decia san Felipe Neri: «Los que desean aprovechar en el camino de Dios, entréguense á un confesor docto, al cual obedecerán en lugar de Dios, tenga su voz por la voz del Señor.» El quelo hace asi pue- de estar seguro de que no Jará cuenta en el juicio de las acciones que hago. Esta doctrina es muy con- forme con lo que nos dice Jesucristo en su Evange- lio: «El que á vosotros oye; á mi oye.» Es muy conveniente para esto la confesion general ya re- comendado, porque ella es un medio eficacisinió pá-

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