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1 . 84 a dor (1), hoy dia es tan imperiosa esa necesidad, que, si no lo hacemos, estamos espuestos 4 sucumbir. El mun- do no hace mas que seducir presentandonos la copa do~ rada y brindandonos libertad. Nosotros somos libres con la libertad que nos dié Jesucristo: esta hace al hombre feliz ; la del mundo, desgraciado para siempre. Oremos, por tanto, para no caer en la tentacion, y estar siempre prontos 4 dar la vida antes que perder el tesoro inesti— mable de la gracia y amistad de Dios. VI. Concluyo, mis amados fieles: habeis podido. advertir en la relacion que os he hecho que, en medio de mis contrariedades , asi como nada me perturbé, por la misericordia divina, nadie podia arrancarme un deseo que vivia en mi alma. Por todas partes repetia sin cesar las palabras de un vate antiguo y Santo: Jn nidulo meo moriar (2). Volveré 4 mi nido, veré 4 mis hijos y me consolaré con ellos. Porque, bien lo sabeis: un Obispo tiene dos patrias: aqfella en que naciéd, y la que Dios le ha destinado. En esta tiene su familia es- piritual , de la cual es el padre, en esta su morada, en: esta su sepulcro. Y estos deseos tomaron mayor incre— mento tan pronto como nuestro Santisimo Padre decla- r6 que el Concilio quedaba suspenso por ahora, y que los Obispos podian retirarse 4 sus didcesis respectivas. Dios me ha concedido ‘lo que le pedia: os veo de nuevo, y os veo con indecible complacencia (3), la cua crece al pensar que, cuando me separé de vosotros, la guerra desolaba este pais, mientras que hoy, por la mi- 1) Luc., cap. xviit, vers. 1. ) Job, cap, xxix, vers. 18... - 3) Lo que me sucedié el 12 de abril es bastante para confundir el orgullo humano, pues nos prueba evidentemente oon somos muy falibles, y nos demuestra que nos podemos engafiar 4 cada paso. Fue esa mafana de gran alegria para mi: tres cuartos de hora antes de entrar en el puerto veia por encima del cerro que va de Noroeste 4 Sudeste, en el cual estfn los castillos. del Morro y de la Cabaifia, la torrey los muchos chapite!es dela iglesia del Angel, tinico edificio