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DIA NOVENO. 319 Fo él mundo clama: dividatur, dividatur, aplíquese uña párte de él para seguir mis máximas, pará acompa- ñaf én ellas á tantos otros como las siguen, y para saber y 8xporimentar de todo, de Dios y del mundo. Dios pide el cofazon, porque es celoso, y no admite competidores; pero las pásiónes voceán: dividatur, dividatur, algun en- sáñiche hemos de tener, no del todo hemos de estar siempre etas, “no son tan Teprensibles las afecciones geniales, el apego á ciertas menudencias, la condescendencia con algunas pequeñas libertádes; y de este modo lós tres ene- migos del alma luchan contra el corazon humano, apa- rentando pretextos, y representando razones para que no ame á solo Dios. Vencidas innumerables personas de es- tos formidablés enemigos, cierran los ojos á la divina luz, exisórdeceñ sus bidos para que no escuchen los preceptos dél Señor, endurecen el corazon para que se oponga á los nióvimientos saludables de la gracia; y oscurecen el en- tendimiento pára que no vea las divinas perfecciones; y cáyéndo de cosas leves en graves, y de graves en enor- úíisimas, viven entregadas al desórden de $us pasiones, sigiión las máximas criminales del mundo, y se escla- vizáfi voluntarios al tirano poder de los malignos espíri- tus, hasta que desgraciadamente acaban con una muerte pésima, por no haber llevado la vida dulce y segura del ainor de Dios. Vediá qué términos tan desgraciados llegan los que prétendén unir en un mismo templo el ídolo Dagon con él área del Testamento: el fuego sayrado maridado por Dios con un fuego extraño y profano. ¡Oh qué doctrina venerables Religiosas, tan pura y tan perfecta! Si el Dios de la sabiduría escudriña el tem- plo de fuestros corazones ¡cuántos idolitos hallará octl- tos! ¡Cuánto fuego de amor indebido para cor las criatu- ras, de una náturaleza tan opuesta al sagrado incendio del amor de Dios! ¡Cuántos ídolos todavía en el siglo! ¡Cuántos en la celda! ¡Cuántos en el hábito religioso, que es una triste mortaja! ¡Cuántos en el apego:de la propia